A dos horas de Villahermosa, entre cascadas, árboles y arquitectura tradicional, Tapijulapa es un rinconcito tabasqueño perfecto para desconectar, divertirse y descansar.
Las casitas blancas de Tapijulapa brillan entre el verdor de la Sierra Madre del Sur. Con sus tejados de barro, sus balcones llenos de flores y sus callecitas irregulares que marcan el ritmo de la vida, aquí todavía puede conjugarse el verbo pueblear.
Sabor local
Para sintonizar con el lugar, hay que olvidarse del carro, ponerse las sandalias y sentarse en una banquita del jardín central a tomar un helado, ver pasar los pájaros y preguntarle a algún local por los talleres donde se tejen muebles, lámparas, abanicos y sombreros con mutusay, una especie de bejuco que crece en las riberas de los ríos Oxolotán y Amatán. Después de explorar los talleres, hay que probar las delicias de las cocinas zoque y chol. Recomendamos comenzar con un pishul, la versión tabasqueña de la tlayuda, y seguir con el mone: carne con chile, tomate, plátano macho y cilantro, todo cocido en hoja santa. Para bajar la comida, basta subir a ver el atardecer desde lo alto del templo de Santiago Apóstol, que en julio celebra sus fiestas.
Descanso y diversión
En Tapijulapa podrás refrescarte con la selva como telón de fondo. En la reserva ecológica Villa Luz se encuentra una impresionante cascada que forma pozas de aguas sulfurosas, ideales para dejar de lado el estrés. Y en el parque Kolem Jaa podrás hacer rapel entre caídas de agua, apreciar la vegetación en un recorrido de canopy o quedarte en alguna de sus cabañas para dormir arrullado por el canto del río.
Sabiduría selvática.
Las artesanías de mutusay que se tejen en Tapijulapa son perfectas para los calores tropicales, pues la planta con la que se elaboran está adaptada al clima y la humedad.
Crédito: Getty Images.
Si estás buscando un lugar distinto para volver a conectar con lo auténtico, Tapijulapa es el lugar perfecto.