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Crédito: Shutterstock. 

El Mundo Mágico

El valle de Zapotitlán Un santuario fuera del radar

Por Luza Alvarado

En el lado poblano de la Reserva de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán, culturas y plantas ancestrales se mantienen vivos y pulsantes. Gracias a las comunidades y a los guías ambientalistas, este sitio aún conserva su magia auténtica.

La Reserva de la Biosfera Tehuacán-Cuicatlán es una de las menos conocidas y exploradas del centro de México. Se trata de un inmenso territorio repartido entre el valle de Zapotitlán (cerca de Tehuacán, Puebla) y la región de Cuicatlán, en la Cañada Oaxaqueña, y está lleno de tesoros bioculturales, paisajes inmensos, silenciosos y alejados de la presencia humana. Un sitio para quienes buscan conectar con la elegancia de la naturaleza.

Recorrer esta inmensa reserva en un solo viaje es imposible, sin embargo, se puede comenzar por un recorrido de un día en el valle de Zapotitlán. Aunque se caracteriza por su clima árido, es un santuario lleno de vida que concentra la mayor cantidad de cactáceas columnares del planeta, además de muchísimas especies endémicas que crean un paisaje irrepetible y la presencia de comunidades originarias. 

Para conocer este sitio de forma profunda y respetuosa, la recomendación es hacerlo de la mano de BioFan (biofan.com.mx), quienes trabajan proyectos de conservación y turismo rural, de naturaleza y comunitario desde 2015. También se puede acudir directamente a los sitios y acercarse a los locales, que con gusto te permitirán conocer sus tesoros.

Por la mañana: salinas milenarias

El recorrido comienza en el municipio de Zapotitlán Salinas, que debe su nombre a las salinas trabajadas de manera artesanal por la población popoloca o ngiwa desde hace decenas de generaciones. En esta primera parada, descubrirás que esta región estuvo sumergida bajo el océano hace millones de años y que cuando el mar se retiró, dejó inmensos depósitos subterráneos de sal.

 Los artesanos popolocas te mostrarán de principio a fin la manera en la que se extrae esta sal prehistórica. Se cava un pozo y se extrae el agua salada, se sube hasta las eras —plataformas construidas en terrazas en los cerros—, donde el sol y el viento evaporan el agua y concentran la salinidad. Los artesanos la van pasando manualmente de una era a otra hasta que alcanza su estado más puro y se forman los valiosos cristales de sal que cuentan con todos los minerales que requiere el cuerpo humano para hidratarse, y como proviene de yacimientos milenarios, no contiene microplásticos. 

Desde esta primera parada, irás familiarizándose con los colores ocres y sienas del paisaje, pero también con la calma del lugar, que solo es interrumpida por alguno de los pájaros que habitan este remanso de naturaleza. 

El Páramo de Sumapaz es un parque nacional que protege los páramos, ecosistema andino de alta montaña indispensable para la captación de agua. Crédito: Shutterstock. 

A mediodía: maestros y maestras de la alfarería

La siguiente parada del recorrido es en Los Reyes Metzontla, comunidad ngiwa que ha aprendido a adaptarse a los desafíos del clima y a resistir los embates de la modernidad. Conservan su lengua, su forma de alimentarse, organizarse y, sobre todo, de elaborar maravillosas piezas de barro bruñido con una técnica que no recurre a la electricidad ni a elementos tóxicos o químicos, mucho menos a desperdicio de recursos.

En el Centro Artesanal Comunitario Alfareros Popolocas, un grupo de artesanos y artesanas te mostrarán paso a paso la elaboración de su alfarería. Luego de recolectar en el monte distintos tipos de barro y talco (roca metamórfica formada por microscópicas láminas, cuyos minerales están conectados al pasado marino de esta región), deben majarlos, es decir, molerlos con un tronco y mucha paciencia durante horas hasta transformarlos en un polvo muy fino. En seguida hay que tamizar, mezclar y amasar el material para obtener una pasta muy suave, para después moldearla y jimarla (quitarle el exceso de barro). Finalmente, se realiza el laborioso bruñido a mano con piedra de cuarzo para darle su brillo característico. 

Las artesanas te cuentan historias de su comunidad mientras te invitan a participar en cada etapa, modelar e incluso bruñir alguna vasija. Después, puedes explorar los distintos espacios donde exhiben sus piezas y llevarte algunas a casa. Por su autenticidad, su belleza y su gran valor cultural, esta comunidad artesana recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes de México. Hoy sus vajillas, vasijas y platos son vendidos en galerías y tiendas de diseño y se usan en los mejores restaurantes del país. 

Antes de seguir con las visitas, los guías te llevan a comer a uno de los restaurantes más conocidos de Zapotitlán Salinas, Ámbar, donde el menú incluye insectos endémicos, pero sobre todo productos de las abundantes cactáceas, como agua de garambullo, tetechas (flores de cactus), pitayas, nopales, pipián elaborado con semillas de cactus, así como licores y mieles de una calidad increíble.

IG: @restaurante.ambar 

Al atardecer: especies ancestrales

La última parte del recorrido es muy especial, ya que los guías de BioFan te conducen al corazón de una reserva particular donde se concentran especies endémicas tan importantes como los sotolines, también llamados patas de elefante, algunos con más de 2,000 años de edad. Aunque durante todo el día verás cactáceas columnares, como los llamados “viejitos”, en este espacio hay ejemplares de hasta 20 m de altura y 300 años de edad. 

Durante la caminata por los senderos también verás bromelias, cactáceas pequeñas y encantadoras como la Mammillaria y la Coryphantha; un agave silvestre con líneas blancas (Agave marmorata) con el cual los pobladores hacen un mezcal para las fiestas de la comunidad; elegantes yucas o izotes, muchos nopales y sotoles, candelillas, copal, entre muchas otras plantas. Debido al clima, casi todas las especies animales son nocturnas, como lechuzas y coyotes, cuyos sonidos podrás identificar hacia el final del recorrido, al atardecer.

Si quieres vivir un día lleno de naturaleza, calma y conexión con el pasado y el presente del planeta Tierra, no dudes en escaparte al Valle de Zapotitlán, uno de los espacios más bellos de la Reserva de la Biosfera de Tehuacán-Cuicatlán. 

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