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La región huasteca se encuentra con el norte de México en una reserva ecológica que resguarda paisajes apenas intervenidos, decenas de especies en peligro de extinción y una colección de endemismos digna de documental. Decretada Reserva de la Biosfera en la década de 1980, El Cielo es un verdadero tesoro natural.
Llegar a esta área natural protegida no es cualquier cosa. Sobre todo, hay que estar en paz con la idea de desconexión eléctrica y celular. Eso sí, la recompensa es enorme. A cambio de sacrificar comodidades urbanas, este rincón de la Sierra Madre Oriental revela cielos estrellados, aires impolutos y criaturas que no le piden nada al Pandora de Avatar.
Gómez Farías es, a la vez, el nombre de un municipio y de su cabecera. Para muchos, este pueblo con menos de mil habitantes es la principal puerta de acceso a El Cielo, al menos para quien viene desde el aeropuerto de Tampico, a unos 200 kilómetros de Gómez Farías. Aunque la distancia es relativamente corta y el viaje toma alrededor de dos horas y media, se trata de dos mundos radicalmente distintos.
Al igual que las barras de señal celular, los carriles se achican a su paso por el interior de Tamaulipas. No hacen falta vehículos todoterreno para ir a Gómez Farías, pero al llegar al pueblo queda claro que el protagonismo es de la naturaleza. Hoteles rústicos, comedores familiares y una plaza central sirven como base para explorar la región, pero el paraíso prometido está allá afuera, entre ríos caudalosos y bosques espesos.
En la parte baja de la reserva, donde se encuentra Gómez Farías, el cauce de los ríos y el calor tropical dan cobijo a cientos de especies. Es aquí donde se concentra la biodiversidad característica de El Cielo, pero también donde está la mayoría de la gente que vive y visita la reserva. Accesibles con relativa facilidad, los balnearios a orillas del río Frío son ideales para tomar paseos en bote y para observar fauna como mariposas, tortugas y martines pescadores.
Hay un sinfín de formaciones rocosas en El Cielo —una de las más famosas fue bautizada como El Elefante—. En muchas de ellas, grandes como cerros, se puede practicar rapel y escalada. Crédito: Shutterstock.
Gómez Farías es solo el comienzo de la aventura. Para encontrar los lugares donde el cielo está presente en la tierra, hace falta adentrarse en la montaña. Es aquí donde se traza la línea entre los más y los menos osados. Cuesta arriba, los caminos no conocen el asfalto, la señal se desvanece por completo y la electricidad es un bien limitado. La parte alta, como se conoce a la zona más remota de El Cielo, no es para cualquiera.
Ubicados en el camino de una antigua maderera, las localidades de Alta Cima y San José sirven como base para explorar la parte alta de El Cielo. Si bien los recorridos guiados son una alternativa cuando se está en Gómez Farías, en la parte alta son la única opción sensata. Montaña arriba, las noches son frías y el hospedaje es rudimentario, pero el bosque primario y las criaturas que resguarda valen toda la pena.
Entre los atractivos de la parte alta se encuentra el Valle del Ovni, un claro que ofrece paisajes dramáticos. De día, las escenas son protagonizadas por la niebla que atraviesa la montaña. De noche, por las estrellas que se dejan ver sin esfuerzo gracias a la ausencia de contaminación lumínica. Otro atractivo es la cascada Joya de Manantiales. En época de lluvias, cuando el agua vela una pared de la Sierra Madre Oriental, la postal es paradisiaca.
Gracias a su forma, la piedra El Elefante también llama la atención de los viajeros. Y si se trata de ver animales, no hace falta ponerse creativos con un canto. Con algo de suerte y un buen guía, esta reserva revela la presencia de águilas elegantes, salamandras endémicas y abronias, como se conoce a los dragoncitos mexicanos, una especie de reptil que hace justicia a su nombre coloquial.
El Cielo tiene dos áreas principales: la zona baja, en Gómez Farías, te recordará al clásico paisaje de la Huasteca; la zona alta es un inmenso bosque de niebla con cuevas, senderos y paseos para conectar con la naturaleza. Crédito: Shutterstock.
Con sus cientos de miles de hectáreas, El Cielo no tiene desperdicio. Paseos en bote, observación de aves y senderismo son algunas de las actividades que ofrece el destino tan solo en el sector sur. Del otro lado de la reserva, cerca de la localidad de Jaumave, abundan los atractivos fluviales a orillas del río Guayalejo y no son raros los encuentros con guacamayas verdes.