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Rutas México

Mazatlán, a todo volumen

Por Ivett Rangel

Este puerto sinaloense se conoce mejor a bordo de una pulmonía. Y al atardecer, la ciudad se transforma y el sentimiento de los pata salada se comparte con los viajeros.

Apenas aterrizamos en Mazatlán, recibo una llamada de nuestros guías de Civitatis. Quieren saber si el paseo por la ciudad y la visita al acuario, que reservamos con ellos, van a ser en una camioneta o en una pulmonía, esos peculiares automóviles blancos que no tienen puertas ni ventanas. 

¡En pulmonía!, respondo sin dudarlo. Esa decisión hizo la diferencia en este viaje, pues estos vehículos sin aire acondicionado pero con mucha brisa marina incluida son una experiencia inmersiva e inmediata a la cultura de este puerto, considerado la Puerta del Mar de Cortés.

Con historia propia

A finales de 1965, por las calles de Mazatlán comenzaron a circular las pulmonías. Este medio de transporte fue introducido por Miguel Ramírez Urquijo, quien buscaba una alternativa a las “arañas”, antiguos carruajes que habían perdido vigencia.

Como los desplazamientos “al aire libre” causaron sensación de inmediato, los taxistas tradicionales buscaron desanimar a los pasajeros diciéndoles que les daría pulmonía, y de ahí surgió su divertido nombre.

Hoy son un atractivo único de Mazatlán y una experiencia obligada para cualquier visitante. Como nosotros somos cuatro viajeros, cabemos perfectamente en una. 

El malecón de Mazatlán forma parte de cualquier visita, sobre todo al atardecer, cuando locales y viajeros se reúnen a ver caer el sol. Crédito: Shutterstock.

Entre más fuerte, mejor

A las nueve de la mañana, José Antonio nos espera en su pulmonía para llevarnos desde la Zona Dorada de Mazatlán hasta el Cerro del Crestón, conocido por todos como el Cerro del Faro.

El city tour corre paralelo al malecón, célebre por ser uno de los más extensos de México, con 21 kilómetros. A bordo de la pulmonía, el paseo se disfruta sin calor y con la hermosa vista a las tres islas (Venados, Pájaros y Lobos), así como a los distintos colores del horizonte a lo largo del día. 

El malecón es una galería al aire libre, pues hay 21 monumentos. El consentido de los “pata salada” (como se les conoce a los oriundos Mazatlán) es la Alegoría Marina, un monumento que honra a los pescadores, aunque todos lo llaman “los monos bichis” (la palabra bichi significa “desnudo” por esos lares). 

Además, el malecón es una ventana con aumento a la cotidianidad de esta ciudad costera. De día y de noche la recorren automóviles con la música a todo volumen, pero al bajar el sol, ocurre una metamorfosis. 

Una diaria transformación

A las cinco de la tarde, comienzan a aparecer sobre el malecón vehículos mucho más grandes, algunos totalmente tuneados; todos (pulmonías incluidas) encienden sus luces neón y los decibeles suben al máximo. Hay quienes incluso desfilan lentamente para presumir sus enormes bocinas y demás accesorios de audio en la parte trasera. 

Propios y extraños se han reunido en el malecón y en la playa para despedirse del sol. Los locales lucen relajados con ropa ligera y una cerveza en la mano; hay quienes se atreven a luchar contra la música circundante con una selección propia en los audífonos, también audible para quienes están cerca. 

Hace unos meses, Mazatlán se viralizó debido a la música de banda que suena en las playas y que hace huir a los turistas extranjeros. Si bien las bandas son parte del encanto, hay quienes opinan que se debe regular su presencia para disfrute de todos, ya que puede haber hasta cinco de ellas tocando al mismo tiempo y a escasos metros de distancia. 

Tras el atardecer, no hay un rincón silencioso en todo Mazatlán. La música es intrínseca al ADN local. Y si logran que lo escuchen todos, mucho mejor.

Las pulmonías, pequeños vehículos sin puertas ni ventanas, son un símbolo de la vida mazatleca. Crédito: Shutterstock.

Mucho que ver y oír

Camino al centro histórico, donde la Catedral y la Plaza Machado son protagonistas; afuera del faro y el Observatorio 187; frente a la Cueva del Diablo o la explanada Sánchez Taboada, desde la que se lanzan los clavadistas al mar; afuera del Gran Acuario y, especialmente, en las playas, el malecón y la Zona Dorada siempre hay alguien con el gozo a todo volumen. 

Y aunque uno no sea partidario de algunos ritmos, ese gozo se contagia. A las 24 horas de estancia en el destino, ya estamos planeando una pequeña fiesta a bordo de una pulmonía para recorrer el malecón por la noche. Queremos saber qué se siente.

Una semana después de ir y venir por los principales sitios turísticos de Mazatlán y de volar de regreso a casa, sentimos que nos hace falta un poco de esa algarabía y desenfado de los pata salada. Todo se siente un poco silencioso.

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