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Uruapan es un nicho de eterna primavera en Michoacán, un tapiz vivo de historia y biodiversidad, con clima templado, naturaleza exuberante y una riqueza cultural que despierta admiración.
La primera parada de esta ruta es el Parque Nacional Barranca del Cupatitzio, el corazón natural de Uruapan y su fuente principal de agua. Aquí nace el río Cupatitzio, “el río que canta”, que corre cantarín entre árboles de nísperos. Su ruta está salpicada de más de diez cascadas y fuentes; la Tzararacua y La rodilla del diablo son las más vistosas. Su trayectoria abarca el Parque Lineal La Camelina y ofrece una caminata preciosa, acompañada del canto melódico de los cenzontles y otras aves. Además, la tirolesa añade un toque de aventura a la belleza serena del parque.
El Parque Nacional Barranca del Cupatitzio es la principal fuente de agua de Uruapan y una ruta con más de diez cascadas y fuentes. Crédito: Shutterstock.
Después de la caminata, echa un vistazo al rico legado purépecha con el Museo de Arte y Tradición Indígena La Huatapera y la antigua Fábrica de San Pedro, transformada en un centro cultural que honra los hilados y tejidos uruapenses. Y como estamos en la capital del aguacate, es buena idea visitar alguna de las huertas familiares y comerte un taquito o dos; aunque para comer hay otras opciones riquísimas, como las truchas arcoíris que puedes pescar en el parque del Cupatitzio, o Cocina M, uno de los mejores restaurantes de México según algunas guías gastronómicas nacionales. Aquí la tradición culinaria purépecha se encuentra en constante abrazo con la innovación, así que comerás una exquisita atápakua michoacana reinterpretada por la chef Mariana Valencia con elementos de alta cocina. Antes de irte, no olvides brindar con una charanda.
Como ves, cada esquina de Uruapan te invita a una danza entre pasado y presente, así que tu viaje será una experiencia memorable.
El altar del templo de San Juan Parangaricutiro se salvó de ser devorado por la lava y hoy es uno de esos paisajes michoacanos oníricos e inolvidables. Crédito: Shutterstock.
“El rey de Parangaricutirimícuaro se quiere desparangaricutirimicuarizar…”. Seguro has escuchado el trabalenguas, pero quizá no sepas que su origen está en San Juan Parangaricutiro, un pueblito sepultado por la furia de un volcán que hoy es uno de los atractivos más impactantes de Michoacán.
San Juan Parangaricutiro se convirtió en 1943 en un bosque de lava solidificada del que hoy emergen las ruinas semienterradas del antiguo pueblo que desapareció tras la erupción del volcán Paricutín. El punto de inicio de la caminata (o del paseo a caballo, si así lo prefieres) es el poblado de Angahuan. A medida que dejas atrás el bosque y te internas por el duro y ondulado terreno de lava, sentirás la energía desbordante de la naturaleza bajo tus pies, mientras la belleza del paisaje te mantiene con ganas de seguir. En el camino hay varios paraderos panorámicos para descansar, contemplar y quizá imaginar el fúrico nacimiento del Paricutín, hoy inactivo.
El paisaje boscoso y lacustre de Michoacán debe su belleza a la intensa actividad volcánica que modeló su geografía hace millones de años. Crédito: Shutterstock.
El silencio solo se ve interrumpido por el sonido del viento, el lejano trinar de las aves y el crujido ocasional de tus pasos. Este es un lugar donde puedes conectar con la naturaleza y su inconmensurable poder… Y simplemente estar. El clímax de esta ruta es la llegada al templo del Señor de los Milagros, la única edificación sobreviviente de aquel arrasador fenómeno. Ver cómo la vieja torre del campanario emerge majestuosa y casi intacta entre el mar de piedra sólida es en verdad una escena que te pondrá la piel chinita. Si quieres llegar hasta el cráter, lo mejor es hacerlo con un guía calificado que tenga transporte adecuado y conozca bien la zona, ya que no hay señalización en el camino.
Llegar a las ruinas de San Juan Parangaricutiro invita a cultivar la paciencia, pues la prisa no cabe en un espacio tan conmovedor. Esta visita no solo es un paseo físico, sino un viaje introspectivo: una caminata-meditación sobre la posibilidad de encontrar belleza en las ruinas. Lo dijo José Revueltas en Visión del Paricutín. Un sudario negro bajo el paisaje (1943): “Éste —se me ocurrió— es México, sombra, luz, desaliento y esperanza”.
¿Y el trabalenguas de dónde salió? Es solo un juego de palabras entre Parangaricutiro, Paricutín y el sufijo “cuaro”, que aparece en el nombre de varios poblados purépechas.
La zona arqueológica de Tzintzuntzan, con sus yácatas a orillas del lago de Pátzcuaro, permite comprender el poderío del imperio purépecha, nunca conquistado por los mexicas. Crédito: Shutterstock.
Visitar Pátzcuaro, apenas a una hora de Morelia, es siempre buena idea. Comer enchiladas placeras (callejeras o de restaurante), caminar por sus calles empedradas flanqueadas por casas en blanco y rojo, botanear un vasoelote con jocoque y quesito Cotija y saborear la típica e imperdible nieve de pasta hecha de frutos secos con tres leches es suficiente razón para ir.
La Casa de los once patios está repleta de historias sobre las monjas dominicas que algún día la habitaron y hoy es hogar de artesanías invaluables, desde las lacas de Uruapan hasta los paisajes bordados de Berta Servín, cuyos textiles han llegado hasta el clóset de Michelle Obama. Si vas en viernes, una vuelta al tianguis del trueque en la plazuela del Santuario de la Guadalupana es la cereza que corona la experiencia.
Las carnitas, un plato tradicional que se degusta en tacos y se acompañan con salsa de chile perón. Crédito: Shutterstock.
En esta zona lacustre hay mucho más que visitar. Si te escapas de las rutas turísticas conocidas y te adentras en los poblados de los alrededores del lago de Pátzcuaro, te toparás de frente con la belleza: ya sea una preciosa artesanía labrada en cobre o la espectacular vista del atardecer a orillas del lago. Viajar es explorar más allá de lo obvio y un recorrido por esa región te regalará sorpresas y caminos vivos, verdes, boscosos y un poco fríos.
Zirahuén, por ejemplo, sin ser tan famoso como Pátzcuaro, esconde un encanto único. En este Pueblo Mágico puedes disfrutar de un picnic a la orilla del lago, hacer kayak contemplando el reflejo que se dibuja en las aguas cristalinas, o simplemente observar el atardecer o el aleteo de una mariposa, que aquí abundan. ¡Y la comida! En las cabañas alrededor del lago hay pescado blanco, boquerones y charales; tortillas hechas a mano con maíces de la región y frijolitos caseros. La felicidad.
Michoacán es uno de los principales estados productores de chile, y dentro de los más destacados se encuentra el chile perón, también conocido como manzano por su forma similar a la de la fruta. Crédito: Shutterstock.
En un mismo día puedes visitar Pátzcuaro, Zirahuén y Santa Clara del Cobre, el lugar donde este metal se convierte en obra de arte. En este pequeño pero encantador Pueblo Mágico, el cobre es identidad. No solo encuentras bellísimas piezas hechas de este material —desde una lámpara hasta un baúl—, también ves a los artesanos en plena labor de martillado y cincelado e incluso puedes aprender a hacerlo en alguno de los talleres familiares. Acompaña la visita con un mezcal artesanal de agave cupreata.
Por otro lado, Quiroga es una parada obligatoria para echarse un taquito de carnitas que, por cierto, se hacen en cazuelas de cobre de Santa Clara y se acompañan con salsa de chile perón y chilitos en vinagre. No tienes que buscar demasiado, tanto en el mercado como en la plaza y en los restaurantes atienden familias que arrastran varias generaciones de tradición carnitera. ¡Saldrás chupándote los dedos!
En Tzintzuntzan puedes encontrar piezas de barro pintado que cuentan hermosas historias rurales. Crédito: Shutterstock.
Termina esta ruta encantadora en Tzintzuntzan. Visita la zona arqueológica y descubre las yácatas, las antiguas pirámides del imperio purépecha; desde sus terrazas tendrás vistas maravillosas del lago. En su mercado encontrarás un sinfín de piezas de barro pintado que cuentan hermosas historias rurales, así como todo tipo de objetos tejidos por el ingenio y el talento de las manos artesanas.
Lo dijo Juan Gabriel: “En todito, más bonito es Michoacán”. Solo falta que lo descubras tú.