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Cronica

La epopeya de los comerciantes de barrio en la Ciudad de México

Por Ana Lorenzana / www.relatto.com

La fotógrafa Ana Lorenzana recorrió las calles de Ciudad de México para encontrar a esos personajes que, desde sus negocios locales o callejeros, se han convertido no solo en motores para la economía del barrio sino en amigos y referentes sociales para su comunidad.

Doña Jenny

La quesadilla Lady, Ciudad de México

La señora Elena Rojas montó el negocio hace 52 años, en la esquina de Colima y Mérida, en la ciudad de México. Sin embargo, desde hace diez años es doña Jenny quien llega cada mañana para atender al changarro y a sus clientes, que se cuentan por docenas. Doña Jenny es una mujer dulce y agradable, aunque, quienes la conocen, aseguran que es de carácter fuerte. Pero es que hay que tenerlo. Mantener un negocio durante tanto tiempo, por pequeño que parezca, es un trabajo que requiere de tenacidad, muchísimo esfuerzo y exigencia. Y la manifestación de esas características, en ocasiones, puede interpretarse como mal genio. En su negocio, que en Google puede encontrarse como La quesadilla Lady, trabajan cinco mujeres más. Así que gracias a los exquisitos pambazos que venden dependen cinco familias enteras, cuyos miembros más jóvenes, en muchas ocasiones, también ayudan a atender la fiel clientela, cuando sus madres no dan abasto.

Lourdes

Una de las empleadas del lugar. 
Crédito: Relatto.

José Manuel

Birria Colima, Ciudad de México

El puesto callejero de Birria Colima en la Roma Norte es tan famoso como cualquier negocio de postín. Y hasta más, porque sin reservas pero en cantidades que ya quisiera tener cualquier restaurante a manteles, desde muy temprano aparecen, al pie de la modesta caseta, los hambrientos y sedientos empleados de otros negocios, de supermercados, de fábricas y hasta encorbatados de oficina-. Todos ansiosos por obtener el paquete estrella: tacos de birria y el consomé, cortesía de la casa. Dicen ellos: “levanta muertos”.

La caseta -con sus paredes de lata y sus escasos metros cuadrados- ha estado en la misma calle desde hace 27 años, cuando los padres y los tíos de José Manuel lo levantaron con muchísimo esfuerzo. Ahora, son José Manuel y su primo quienes cocinan la birria -con la receta familiar- y atienden la clientela. José Manuel llegó al pequeño merendero hace cerca de 15 años. Algunos días también trabaja en un tianguis (mercado callejero) vendiendo ropa. “Hay que hacer de todo para sobrevivir. La pandemia le dio duro al negocio. Durísimo. Pero hemos sobrevivido, gracias a Dios y a los clientes que han vuelto por la birria que ya conocen y que les gusta”.

Vanessa, La Prosperidad

Ciudad de México

La prosperidad es un restaurante de comida casera tradicional o de mayorías. Es decir que en él trabajan solo cocineras expertas, no hechas en escuelas famosas como el Cordon Bleu, sino a pulso en los fogones de sus abuelas, aprendiendo las recetas y el sabor inigualable de la cocina típica mexicana ¡manjar de los dioses aztecas! El local es de Vanessa, una señora joven con una indiscutible visión para los negocios. Durante 15 años ha logrado consolidar un sitio tan próspero como su nombre (aunque a su restaurante también se le conoce como el lugar del comal en la puerta), del que dependen, de una y otra manera, 30 personas, entre cocineras, meseros y proveedores. Es, sin duda, un motor de empleo en la colonia Roma Norte. 

Vanessa, al observar que su barrio tenía un gran atractivo para los turistas, se las ingenió para que La Prosperidad les ofreciera una serie de experiencias especiales. Les cocina la comida casera mexicana (bastante distinta a los burritos y el Tex Mex), les enseña a hacer tortillas y les comparte lecciones -que podrían ser vitales- sobre chiles. A Vanessa le gusta hacer amigos. Las señoras que trabajan con ella son sus amigas y los son también los extranjeros de todas partes del mundo, que llegan para conocer lo más auténtico del país a través de su sabiduría y de las fotografías amateur que toma por pura pasión. Su plato favorito es la cochinita pibil, pero piensa que si llegara el día de la última cena, quizás se daría el gusto con una copa de vino y una tabla de quesos.

Luis Alejandro Danis Millán

Puesto de periódicos, Ciudad de México

A Luis Alejandro le gusta leer el periódico El Financiero, especialmente la columna que escribe el periodista Quintero. Lo hace desde hace años. Se sienta en una de las mesas de la cafetería Bisquets Obregón, mientras pide unas enchiladas verdes y desde la ventana cuida de su puesto de periódicos ubicado desde hace 40 años justo enfrente, en la emblemática calle Álvaro Obregón de la Ciudad de México. 

La rutina la ha repetido año tras año, día tras día. En ese corto momento de tranquilidad, aprovecha para saludar a los meseros, que ya son viejos amigos: ellos lo conocen tan bien que saben qué pedirá cuando tiene mucha hambre, poco tiempo o mucho frío. 

La calle Álvaro Obregón, con sus palacetes salidos de una postal parisina, ha cambiado mucho con los años. A él le gustaba más antes, cuando no había tanto restaurante, tanto bar, tanta tienda de diseño, tanto turista caminando. 

Porque aunque camine mucha gente frente a su negocio, lo cierto es que se ha ido perdiendo el gusto por la lectura y con la caída de las ventas de la prensa, son cada vez menos lo que se detiene frente a él. Hace parte de la Unión de Expendedores y Voceadores de los Periódicos de México, que solía ayudarle con mayor frecuencia. Ahora, mantiene con vida su negocio gracias a los refrescos y los dulces, que siempre querrá la gente. 

Marco Antonio Carmona,

Tacomix, Ciudad de México

Lo de Marco Antonio Carmona es un emporio de tacos. Hace 22 años, cuando él tenía 18, abrió con su mamá el primer puesto. Hoy, ya tiene tres locales en diferentes colonias de la Ciudad de México, gracias a una combinación de exquisitos tacos de mixiote de carnero y bistec enchilado y entretenimiento del bueno por cuenta de un televisor y la música de la Sonora Santanera.

Atiende siempre con una sonrisa, aún en los días que hace frío y no llega mucha gente. Y eso se contagia. A sus clientes -muchos famosos de la televisión o de bandas importantes y otros que recorren media ciudad para llegar hasta alguna de sus casetas- les gusta ir con él no solo porque confían en sus excelente selección musical con la que de vez en cuando terminan bailando sobre la banqueta, sino también en su amistad. Es un hombre bonachón, que ha construido su negocio con una disciplina férrea, levantándose desde temprano y yéndose a acostar tarde, justo cuando el último fiestero de la noche se despide. A Taco Mix -que es su nombre original, aunque por cuestiones de marca registrada tuvo que cambiarle el nombre a Taco Mío-, la gente llega desde temprano: alguno con ganas de unas botana de papas o cebollas verdes con chile habanero, manzano y árbol, para picarse hasta el tuétano y salir con ganas al trabajo. Otros llegan en la noche o después del trabajo: una buena comida les cae bien, pero mucho mejor la conversación amable de Marco Antonio o la buena película que haya decidido pasar esa noche. 

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