Texto: Carlos Jurado
Fotos: Keren Sanjuan
Labrados en el tiempo, toman su forma. A cada golpe cincelado se perfilan sus pliegues para dar paso al detalle casi perfecto. El mazo quebranta el exceso; el corte esculpe líneas torneadas.
Cada obra es una historia; cada trazo, un destello que nace de la imaginación. Unas surgieron del subsuelo, otras recibieron sus colores del mar. Su estructura multimaterial, es un obsequio. Son creaciones únicas, interpretaciones de un mundo que no conocemos.
Son herencia de los pueblos, un legado ancestral. Este arte oculta sus misterios: cada diseño es la ofrenda a una deidad; entre formas animales o seres sobrenaturales surgen secretos que emanan belleza.
Entre hilos de plata se fusiona la cerámica; las rocas marcan ciclos; de la arena se esculpen las ideas, mientras la inspiración se funde entre metales. Estas creaciones aún se esconden en regiones donde el agua curativa purifica el alma, y el sol se posa entre las montañas. Es de allí de dónde vienen, de un Hidalgo en el que las cosas son distintas, únicas.
En esta tierra habitan seres de luz, con manos creativas y mentes sabias que dedican su jornada a construir obras especiales. Antes de llegar a estas planicies, a estos sitios recónditos, se aprecian paisajes vivos, compuestos por valles áridos y verdes bosques: sitios que vieron nacer el arte.
Cada pieza fue creada para exaltar los sentidos, para conectar con la tierra. En cada obra se aprecia una vivencia, simboliza el esfuerzo, y en sus detalles se expresa el amor, sentimiento que se quiebra cuando su creador se despide de la joya para que sea contemplada por el mundo.
Con plumaje de concha de abulón y concha nácar, este gallo de pelea
se posa sobre un bordado del Valle del Mezquital.
Texto: Carlos Jurado
Fotos: Keren Sanjuan
Su colorido destello —herencia de un crustáceo que emergió del mar— les ha dado identidad. La forma surge de la técnica; es un arte que no busca ser visto, sino apreciado. Es la concha de abulón, un estilo creativo propio del Valle del Mezquital, forjado con materias primas de la franja oceánica que resalta para cautivar al mundo.
A través de un proceso lento, los artesanos moldean sueños sobre arcilla, madera o resinas. En cada paso las piezas toman forma para convertirse en fragmentos de historias aún no contadas, que aguardan en silencio a la espera de ser reveladas.
Entre los secretos del proceso creativo surgen personajes que portan cornamentas de brillante concha nacarada, mientras la cabeza de un ser mítico, de apariencia taurina, es cubierta con miles de piezas tornasoladas para dar vida a una leyenda a través del arte.
En los recuerdos del artesano, otro ser aparece en su historia, un cuento que podría estar inspirado en el pecado: la serpiente, de alma maderable, guarda en sus entrañas un cautivador sonido lluvioso y encantador. Con escamas de abulón minuciosamente labradas, muda de piel para lucir su fino cascabel y colmillos nacarados, cuyo veneno solo radica en su sutil encanto.
Estas joyas representativas del arte de Hidalgo dan vida a venados, gallos y sorprendentes toros de abulón: obras de exhibición que se dejan ver mientras destellan colores deslumbrantes, que invitan a construir una nueva historia.
Ajedrez temático con piezas fundidas en cobre y plata, con figuras del Quijote de la Mancha.
Texto: Carlos Jurado
Fotos: Keren Sanjuan
Un artesano hidalguense, forjador de sueños e inspirado en memorias antiguas, decidió fundir en cobre y plata la obra más insigne del espíritu castellano: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, obra de la pluma inmortal de Miguel de Cervantes Saavedra.
Sobre un tablero de madera, dividido en 64 casillas que semejan campos de batalla, emergen 32 piezas, forjadas en fuego sagrado, que dan vida al juego de ajedrez más bello jamás creado.
Como surgido de un cuento perdido en el tiempo, el Quijote cabalga entre casillas para enfrentar molinos de viento convertidos en torres, escoltado siempre por su leal Sancho Panza y el incansable Rocinante.
Esta obra maestra entrelaza tres aspectos: la literatura, el llamado “juego de reyes” y la vocación minera de Hidalgo. Entre alfiles, caballos, torres y peones, se despliega un escenario donde se libran batallas silenciosas en honor al amor inalcanzable, que el caballero dedica a su amada Dulcinea del Toboso.
Cada pieza es un viaje hacia el reino de lo imaginario. Este tablero no es solo un campo de juego, es una constelación de historias tejidas por las manos de artesanos hidalguenses.
Vajilla de cerámica horneada, elaborada a mano y ornamentada con aplicación de plata pura
Ley .999 de Real del Monte.
Texto: Carlos Jurado
Fotos: Keren Sanjuan
Piezas que algún día fueron rocas fundidas en las entrañas de un volcán, ahora dan vida a la deidad. Fue el tiempo el que la cristalizó. El magma, un día se convirtió en piedra negra.
Es la obsidiana, un espejo natural que aguarda en el subsuelo, guardiana de los secretos antiguos.
De alto valor para las culturas prehispánicas del centro de México, esta joya volcánica se transforma en arte; además, la piedra negra es un amuleto de protección, de limpieza y purificación, como un vínculo con lo divino.
En Hidalgo, la técnica florece. Aquí, los artesanos dominan el arte para darle forma a esta roca, que aprendieron a extraer de las profundidades de las minas que yacen en el cerro de Las Navajas, en el municipio de Epazoyucan. En las manos de los lugareños, la obsidiana se convierte en máscaras, figuras ornamentales, joyas y piezas que capturan el alma del mundo antiguo.
Deidades en obsidiana se esconden entre incrustaciones
de jade, concha de abulón y bellas piedras decorativas.
Algunas obras son tesoros que se exhiben en lugares exclusivos, pues el arte prehispánico es apreciado en otras latitudes por su técnica, diseño y belleza. En ellas se aprecian acabados en jade, cuarzo, concha nácar, turquesas, entre otras piedras.
Son los dioses las figuras que resaltan en el proceso creativo. Se forman según la idea del artesano, quien da vida a la representación de un pasado que se perdió en el tiempo, pero que vive a través del arte.
Las piezas son un aporte de Hidalgo para el mundo, un símbolo que da identidad a una tierra de contrastes. Cada creación es un fragmento de la historia no contada, una ofrenda para antiguas fuerzas que siguen respirando bajo la piel del mundo.
Hay tierras donde el tiempo no muere, donde la piedra aún conserva la memoria de los dioses y el viento susurra nombres olvidados. Allí, en el latido oculto de la naturaleza, nacen las manos que dan forma al arte vivo.
La historia de Alonso Quijano se cuenta sobre un tablero,
entre piezas de plata y cobre, para dar vida a Don Quijote.
De una idea sucede la alquimia. Así como lo imaginó, entregó su obra al fuego. En la paciencia surgió un diseño; en el detalle, plasmó su esencia para perdurar más allá del tiempo.
Una base de blanco mate recibe su primer horneado y se convierte en el lienzo donde pequeñas maravillas de plata —flores, hojas, mariposas y libélulas— se funden artesanalmente. El intenso calor, por segunda vez, sella esta unión sagrada entre la cerámica y un metal preciado.
Entre platos, tazas y tazones, esta vajilla es arte que vivirá en la eternidad. Más que utensilios, esta colección es un legado. Cada pieza lleva impreso el pulso de su creadora: una mujer que encontró en el arte la forma de vencer al olvido.
La fina loza tiene el sello de nacer entre minas y montañas, en una comarca donde, algún día, brotaron ríos de plata.
Esta obra con plata de Real del Monte, cuenta historias de manos sabias, de fuegos que transforman y de espíritus que nunca se rinden.
Con acabados nacarados y escamas tornasol, esta pieza deslumbra por su inigualable esplendor.
Texto: Carlos Jurado
Fotos: Keren Sanjuan