Presente en películas taquilleras de Hollywood, en imágenes de Ansel Adams y hasta en nombres de sistemas operativos de computadora, Yosemite es por mucho el parque nacional más popular del estado de California. Con registros que superan las 4 millones de visitas anuales, este rincón de la Sierra Nevada no necesita esforzarse para llamar la atención.
Ubicado 240 kilómetros al este de Oakland y la bahía de San Francisco, Yosemite seduce lo mismo a escaladores profesionales y campistas ermitaños que a pajareros curiosos y entusiastas de la fotografía. Eso sí, los atractivos que se juran visitas obligadas, en especial en la temporada de verano, están abarrotados de gente.
Sitios como El Capitán, el monolito favorito de los escaladores, o Mariposa Grove, un bosque de secuoyas con ejemplares que tienen más de mil años, son tan famosos como concurridos. Por suerte, otros rincones ofrecen calma. Con un poco de planeación, algo de condición física y una buena chamarra, Yosemite presenta algunos de sus tesoros sin necesidad de hacer filas.
Tuolumne Meadows, una de las regiones accesibles menos visitadas del parque nacional Yosemite, resguarda varios senderos. Algunos son planos y toman menos de una hora, otros incluyen terrenos caprichosos y ameritan dedicarles un día completo. Cabe aclarar que aquí toda actividad tiene dos rayitas más de dificultad. Después de todo, la altura de esta pradera ronda los 2,600 metros sobre el nivel del mar.
Desde el valle de Yosemite, donde se concentran los principales atractivos del parque, el camino que conduce a Tuolumne Meadows es una gozadera. Además de vistas impresionantes del monolito Half Dome, la carretera Tioga Road se acompaña de paisajes memorables. Uno de ellos es protagonizado por Tenaya Lake, un lago de origen glaciar que se presta para organizar un picnic, ver una que otra chara crestada y darse un chapuzón gélido.
Ya en la pradera, Cathedral Lakes revela escenas de postal. Con 12 kilómetros en modalidad ida y vuelta, este sendero ofrece vistas de lagos con señoras montañas de fondo. Otra opción es juntar los senderos Porcupine Creek y North Dome. El camino tiene una ganancia de altura de 615 metros, pero se sirve con vistas panorámicas de monolitos, árboles que crecen entre las rocas y probabilidades jugosas de ver cuervos y marmotas.
En el Centro Cultural Yo’o Joara, en Cócorit, puedes conocer la historia, la gastronomía, las fiestas, el arte y otras expresiones cotidianas del pueblo yaqui, que se mantiene vivo. Crédito: Shutterstock.
Si estás dispuesto a sudar un poco, vestirte en capas, cargar con dos litros de agua y caminar 8 kilómetros cuesta arriba por el sendero Four Mile, encontrarás postales dignas de Bob Ross. La recompensa, además de la satisfacción de haberlo conseguido, serán vistas de esas que nunca se olvidan.
Los casi 1,000 metros de ganancia de altitud en Four Mile Trail son también una oportunidad para apreciar el salto Yosemite, una cascada de 739 metros, y ver aves como el carpintero bellotero. La hazaña de ida termina en Glacier Point, otro de los miradores estrella de Yosemite. El regalo: se puede descender en uno de los autobuses gratuitos de la reserva.
Dentro de Yosemite hay una selección contada de restaurantes, hoteles y tiendas para salir de un apuro. Gracias a ello, algunas visitas entran al parque y no salen de ahí en todo su viaje. Esa es una opción, pero hay otras. Fuera de Yosemite, pueblos pintorescos con proyectos comunitarios y aires del viejo oeste ofrecen alternativas. A menudo, más variadas.
Una de estas localidades, ubicada en el condado con el que comparte nombre, es Mariposa. Además de hoteles como Tourist Homes (booktouristhomes.com) y supermercados en forma, el pueblo ofrece varios lugares para chuparse los dedos. ¿Algunos ejemplos? The Grove House (thegrovehousemariposa.com) combina comfort food con música en vivo, el restaurante 1850 Brewing Company (1850restaurant.com) marida su propia cerveza con hamburguesas y Sierra Cider hace ojitos a los amantes de la sidra artesanal (sierracider.com).
Los arroyos que conforman el río Yaqui forman parte del paisaje que rodea Cócorit, un pueblo lleno de encanto a pocos minutos de Ciudad Obregón. Crédito: Shutterstock.
Sin contar el invierno, cuando las temperaturas intimidan y la nieve cierra caminos, Yosemite es un destino que invita todo el año. Afortunadamente, no es necesario visitarlo en verano para hacer actividades al aire libre y disfrutar la naturaleza. En la temporada baja, el combo de descuentos y menos gente tiene mucho, pero mucho que ofrecer.
Si no puedes visitar este parque en mayo o junio, no te preocupes, la primera mitad del otoño es una época ideal para viajar a Yosemite. La lista de motivos incluye aves migratorias, árboles que se visten de colores y precios más amigables. En estos días, los atardeceres en Tunnel View bien valen la pena. Con la combinación justa de nubes y cielo despejado, este mirador a pie de carretera ofrece la postal emblemática de Yosemite con la luz mágica del otoño.